La Luna vivía en el cuerpo de un anciano sabio; cuando éste murió ella salió a vagar por el cielo, pero regresó a la tierra para comer la ceniza de sus huesos, como es costumbre de los yanomami.
Cuando la vieron los parientes del anciano le dispararon flechas, pero las flechas caían a tierra sin hacerle daño. La Luna las evadía escondiéndose tras las nubes. Pero al fin una flecha le dio, y empezó a derramar sangre que caía sobre la tierra:
De estas gotas de sangre nacieron los yanomami.
En la celebración del rito mortuorio o reahu se acostumbra, aunque no es imprescindible, el consumo colectivo de las cenizas de los muertos, previamente molidas en un mortero funerario. Mientras las mujeres lloran, los hombres, parientes y amigos del difunto, se colocan en círculo para tomar una sopa de plátano en la que se han mezclado las cenizas.
Si el difunto ha sido muerto a manos de un enemigo, los hombres claman venganza.
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